Un proyecto de Mikel Hirie

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OLGA.

Antes no era sí. Después, llegaba de trabajar y me la encontraba tumbada en el sofá viendo “Sálvame”. Adicta a Telecinco. Bajaba al supermercado y volvía de la compra y seguía allí, viendo a Sonsoles Onega en “Ya son las ocho”. Volvía de tomar algo con amigos, seguía allí. Siempre en el sofá.  Hablábamos entre nosotros, pero en muchas ocasiones me pedía silencio para escuchar lo que decían en el plató. “Juanma, calla un momento”. Cenábamos entre las nueve y las diez, en el salón, viendo las noticias, y ya luego por la noche se entretenía con “La isla de las tentaciones”, “La casa de los secretos”,… Los sábados y domingos por la mañana, enganchada a “Socialité”.  Los sábados y domingos por la tarde, enganchada a “Viva la vida”. Éramos una pareja muy activa hasta que nos fuimos a vivir juntos y compramos el sofá azul cielo y la tele del salón. Los programas y personajes y las historias televisivas se metieron también en nuestra cama matrimonial. La cuarta vez que interrumpió nuestra actividad sexual porque algo de su interés ocurría en el televisor sentencié que nuestra convivencia había llegado a su final. No era posible ser una familia digna con tantos primos y tías televisivas formando parte de nuestra historia en común. Rompimos nuestro matrimonio, vendimos el piso de la torre EULZA y ella se quedó con el televisor y el sofá.


IBAI.

La noche del viernes al sábado nos acostamos a las doce de la noche y nos levantamos a las doce del mediodía. La persiana de la habitación abierta. A las diez desayunamos en la cama. Frente a la cama, la de Idoia, de 1,35, la televisión encendida con los videos musicales de MTV, a un volumen bajito, sin molestar. La luz apagada. Las compañeras de piso de Idoia no estaban. Rosa, en el piso de su novio. Rebeca, el fin de semana, con sus padres, en Madrid. Julia, el fín de  semana, en su ciudad, León. Sábanas verdes y edredón verde con una única almohada. La habitación de Idoia tiene su propio baño. Calor, también porque encendimos la calefacción. En la calle el frio propio del invierno, y además con lluvia. En la cama desnudos y juntos los dos. Ordenados, mi ropa en una silla tapizada en gris, pantalones vaqueros grises, zapatillas azules, calcetines verdes, slip verdes,  sudadera verde y gris. Ordenados, la ropa de Idoia en una silla tapizada en gris, el vestido rojo, braguitas rojas, sujetador rojo, calcetines negros y zapatos negros. Las paredes del cuarto de Idoia, antiguas, de gotelé blanco, sin decoración. Una bombilla colgando del techo. Un armario empotrado. El cabecero de la cama, gris. En el 9 C, edificio EULZA.


IDOIA.

Iba yo en la plaza 29 del autobús. Ventanilla. Todos los asientos ocupados. Calor. Lluvia en la carretera. Salimos a las 15 de Bilbao para llegar a las 17 a  Burgos. Con la compañía Alsa. A mi lado, asiento 30, pasillo, un chico, Ibai. De mas de 20 y menos de 30. Muy guapo, rubio, ojos verdes, de mirada penetrante. Pantalones vaqueros grises. Zapatillas azules. Calcetines verdes. Sudadera verde y gris. Habló varias veces por teléfono con una chica, su chica, Idoia. Y le dijo de las ganas que tenia de verla y jugar al futbolín, que llevaba un regalo que sabía le iba a gustar, que esa noche saldrían por ahí, confirmaba que ella le iría a buscar con el coche, lamentaba tenerse que volver el domingo a Bilbao, le recordó que su bus salía a las 18.30 , preguntó si sus compañeras de piso se habían marchado al fin, creí entender que si. Ella le dijo que debía llevar el coche al taller, que irían a comer hamburguesas al sitio que descubrió con sus compañeros del laboratorio. Idoia le dijo que tenia una sorpresa para él. Iban se durmió cuando pasamos Pancorbo. Se apoyó ligeramente en mi. Sentí su calor y envidie lo afortunada que era Idoia.


JACOBO.

Jacobo vive en el piso 31 A del edificio EULZA. Son impresionantes las vistas desde allí, se ve el mar, la bahía de Santander y en la azotea organiza fiestas, multitudinarias, muy divertidas, especiales. Estuve con Marta en la fiesta de Navidad, fue espectacular. Allí conocí a Marga y a su marido Eduardo que esa noche habían dejado a los críos con los abuelos. Jacobo nos pidió a todos que fuésemos con trajes de gala, y aquella noche el 31 A parecía un palacio medieval. La suerte de tener un piso de 150 metros cuadrados que en realidad es un ático, es que puedes dar fiestas. La suerte de estar soltero es que organizas tu vida con total liberta. La suerte de ser joven y guapo, es que tienes muchas pretendientas. La suerte de ser bisexual, es que tienes más para elegir. La suerte de ser un empresario con dinero, es que puedes ser generoso y puedes despilfarrar. La suerte de ser creativo, positivo, divertido, embaucador, es que eres un buen partido en el vecindario y te quieren conquistar. Jacobo y yo fuimos compañeros de clase en la universidad, allí le conocí, y ya desde entonces le llamábamos el galán de las tentaciones.


MARISA.

Entré al café. El que está en los bajos del edificio EULZA. Te di los buenos días. “Feliz Navidad. Feliz año”, dije también. Me respondiste “feliz año”, y “ya no es Navidad, porque, al fín ayer fue Reyes, y hoy es dia 7”. Lo dijiste rotunda, convincente, enérgica. Con personalidad. Te pedí un café con leche, y un pincho de tortilla, te pagué y salí a la terraza. Al rato saliste a recoger y limpiar las mesas, me sonreíste y comentaste, “parece que va a llover”. Eran las diez de la mañana. Supe que te llamas Marisa porque se lo escuché a un vecino de otra mesa que te pedía un segundo café.  Eras y eres la camarera nueva. Me fui pero volví seis minutos después. Torpe que soy me había olvidado la carpeta verde con la documentación en la otra silla. En la mesa del fondo estaba ahora mi amigo Manuel y me acerque, “Manuel, ¿hoy no trabajas?”. Me invitó a sentarme y a tomar un café, acepte. Entró, lo pidió, volvió. Un vendedor de cupones cruzó la terraza. Marga caminó por la acera. Manu y yo continuamos charlando, algunos asuntos banales, otros con trascendencia. Estando allí, a las diez 45, un imprevisto infarto me tiró al suelo. Rápido Manu llamó al 112. Rápida llego la ambulancia para salvarme la vida. Y luego tú Marisa, comentaste a todos que yo era un tipo educado y muy amable, y el resto de detalles de nuestra relación matinal.


MARGA.

Me llamo Marga y vivo en el rascacielos HIRIE, en el 14 F. Ya sabes, el edificio de 31 plantas junto a la plaza de las Estaciones de Santander. Te cuento. Resulta que ayer me llego al buzón una carta impresa a ordenador, con sello postal incluido, a mi nombre y apellidos y con la dirección correcta y completa. ¿Tú que harías? La comparto contigo. “Hola Marga, soy uno de los 186 vecinos de tu edificio y quiero decirte que me gustas mucho y que me encantaría tomar un café o una caña contigo o un refresco contigo. Depende de ti. No quiero que esta carta te provoque miedo,  solo me atrevo con ella a contarte que estoy enamorado de ti desde que llegasteis al edificio hace cuatro años por Navidad. Fantaseo contigo. Con presentarte a mi familia de Lugo, y que pasemos las vacaciones y los fines de semana juntos. Donde tú quieras. Eres preciosa. Nos imagino sentados en el sofá fucsia, viendo películas románticas, de aventuras o de miedo, las que tú quieras. Sueño con ir al cine, al teatro, al monte, a la playa, de conciertos, de compras. Donde tu quieras. Y todo lo demás. Te quiero. Te amo. Te deseo. Tu esposo es muy amable, parece muy buena persona, tus hijos, preciosos como tú”.