HIRIE ARÉVALO

CUADERNO  DE HISTORIAS

Un proyecto de Mikel Hirie


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MARGA.

Me llamo Marga y vivo en el rascacielos EULZA, en el 14 F. Ya sabes, el edificio de 31 plantas junto a la plaza de la Villa de Arévalo. Te cuento. Resulta que ayer me llego al buzón una carta impresa a ordenador, con sello postal incluido, a mi nombre y apellidos y con la dirección correcta y completa. ¿Tú que harías? La comparto contigo. “Hola Marga, soy uno de los 186 vecinos de tu edificio y quiero decirte que me gustas mucho y que me encantaría tomar un café o una caña contigo o un refresco contigo. Depende de ti. No quiero que esta carta te provoque miedo, solo me atrevo con ella a contarte que estoy enamorado de ti desde que llegasteis al edificio hace cuatro años por Navidad. Fantaseo contigo. Con presentarte a mi familia de Lugo, y que pasemos las vacaciones y los fines de semana juntos. Donde tú quieras. Eres preciosa. Nos imagino sentados en el sofá fucsia, viendo películas románticas, de aventuras o de miedo, las que tú quieras. Sueño con ir al cine, al teatro, al monte, a la playa, de conciertos, de compras. Donde tu quieras. Y todo lo demás. Te quiero. Te amo. Te deseo. Tu esposo es muy amable, parece muy buena persona, tus hijos, preciosos como tú”.


10 de diciembre.

Fuimos a pasar esos días a casa de sus abuelos, en Madrigal de las Altas Torres. ¡Un horror! No por el lugar, que es precioso, sino porque fue difícil soportar cinco días de encierro asfixiante con su familia limitante y controladora. Viajaron con nosotros también su padres, en mi coche, y su hermano Juan con su mujer Inés y los dos hijos, en su propio vehículo. No resultó fácil someterse a las normas antiguas, dominantes , caprichosas y soberbias de sus abuelos, sus padres, su hermano, de viernes a miércoles. Yo soy Raúl, mi novia, la familia de ellos, Isabel. Isabel y yo llevabamos seis meses juntos, y porque la edad si es relevante en este caso, mi novia tiene 46, yo 45. Salimos desde Burgos el viernes por la tarde, regresamos el miércoles, por la tarde también. No entraré en detalles pero hubiese preferido unos días de encierro monacal, con ayuno, abstinencia y clausura en celda. No seré exagerado, hubiese sido peor estar hospitalizado o detenido o atender las obligaciones propias de las ceremonias de funeral. Tampoco hubiese preferido para esos días dolencias y dolores físicos o síquicos. Pero hubiese cambiado esos días de puente, Constitución e Inmaculada, por un episodio de aburrimiento, tristeza o soledad en mi piso de soltero de la avenida Derechos Humanos. A consecuencia de lo acontecido aquellos días, Isabel y yo rompimos el domingo siguiente.


21 de octubre.

En mi paseo matinal salgo a las 7.30 desde mi piso de la calle Emilio Romero, camino 45 minutos y desayuno en el Aburu café de la plaza del Arrabal. Desayuno con Paco, Mario y Juan, mis amigos de siempre. Café con leche. Con churros, los lunes. Con tortilla de patata sin cebolla, los martes. Con un montadito de lomo, los miércoles. Los jueves con porra. Los viernes repito churros. Los sábados con un montadito de jamón, con pimiento verde. Y los domingos repito tortilla. Martes y viernes jugamos al Euromillón. Los jueves, a la lotería nacional. La de hoy jueves, es una estampa con el puente de Portugalete, allí en Bizkaia, y Juan aprovecho para contarnos que se casa su hijo, allí, Pablo, el mayor, en mayo del año que viene, el sábado 21,  él que  se marchó de Arévalo para estudiar y lleva ya diez años viviendo allí, y cuatro de novios con Iratxe,  y que estamos invitados a la boda, y que ya nos dará las invitaciones porque aún no las tiene. A Iratxe la conocemos porque han venido todos los veranos y muchos fines de semana. Y Juan aprovecho para contarnos que no le apetece nada encontrarse con su ex, Lidia, y  con la familia de ella. Yo aproveche para contarle que me hubiese gustado que el noviazgo de mi hija Inés con su hijo Pablo hubiese terminado en boda. “Hubiésemos sido mas familia, Alberto”, me respondió Juan. Seguro que Marió pensó en su hijo Carlos, el que se mató con el coche hace tres años. Seguro que Paco pensó en su hijo Fidel, el que vive en Madrid, y con el que no se habla.


3 de octubre.

Lo he pensado mucho, también en mi paseo de ayer. Lo pensé con entusiasmo sentado en la plaza de la Villa, mirando al rio Arevalillo desde el castillo, mirando al Adaja desde el mirador, y caminando por la cuesta de Foronda hasta llegar al arco de los Descalzos. Lo pensé sentado en la terraza, tomando un café, mirando al horizonte para localizar sin éxito los primeros pueblos de Segovia que ya no son Ávila. Lo pensé hasta llegar a mi piso en la avenida Emilio Romero, muy cerca del centro de salud, muy cerca del instituto. Sábado. Acaba de entrar el otoño. Pasan los días, las semanas, los meses, los años. Lo he pensado mucho y se va retrasando una decisión pendiente que me corroe, me agota, me limita, me impide crecer y cruzar. Todas las señales me lo indican, me lo muestran, me lo expresan. Con insistencia. Ayer lloré pensando en ello, otra vez más, mientras miraba a la autopista del Noroeste, y seguía el rastro de los camiones y los autobuses, mientras miraba a las vías del ferrocarril, viendo cruzar el tren de las 20.36 con destino Valladolid. Y tuve que evitar algunas avispas que se me enredaban, interpreté que para airear mi desasosiego y mi tristeza. “No soy tan viejo aun y puedo hacerlo”, me dije. Vivo en Arévalo.


20 de agosto.

Llovía mucho, y con frio. Lo normal. Era noche cerrada en Arévalo, de diciembre, más de madrugada, de sábado a domingo, y yo paseando, hasta llegar a la plaza de la Villa. “Y te juro que vale la pena caer y romperse la cara, qué regalo tan grande aprender de lo que nos dolió”, era el texto de la postal de Navidad que el jueves me llegó con tus palabras escritas a mano, de “El camino”, la canción de Pablo López, sobre la foto de la niña sentada en un banco junto al árbol, mirando al mar. “No dejare de caminar” cantaba también. Yo te había propuesto que volviéramos a vernos allí donde estuvimos, en mi lugar de ahora, pero tú me lo cerraste, “mejor no”. “Lo superaremos”, te respondí , con la esperanza de abrir para continuar. “No va a poder ser”, para finalizar la conversación. Y así, con las formas de estas frías y confusas frases de whatsapp nos hemos ido rompiendo. Llovía mucho, y con frio, lo normal. La una de la madrugada. Ya era hora adecuada para solo volver al hotel, el Ozoe de la plaza, habitación 658. Desde la ventana de la habitación las vistas al Adaja, oscuras, con nubarrones, y el piano de Pablo repitiéndose con la misma melodía, nuestra banda sonora gritando “No te sientes ahí”.


26 de julio.

Recuerdo las canciones de Izal como la banda sonora del fin de semana por los pueblos de Ávila, sin niños. Veníamos de los duelos de nuestras separaciones, estábamos conociéndonos, íbamos a Arévalo, al Barco de Ávila,  a Las Navas del Marqués,… “Mientras todo se derrumba a los locos nos verán bailando”te arrancaste a cantar en el cruce de Villacastín, y aceleré el motor para coger velocidad. Cantábamos en la recta de la carretera, con nuestros equipajes en el maletero. Mirándote a los ojos en el Aburu café, te cante “Olores de vida plena”.  Nos alojamos en el hotel Ozoe de Ávila. Después de un orgasmo fundido, con el tiempo detenido, escuchamos el “¡Qué bien!”.   Queríamos reir y nos reimos practicando ratos de risa. Llegamos con hambre, veníamos, como tú ahora, de romper con ellos y de arrojarnos, escupirnos, llorarnos, las ropas, los trastos, los cepillos de dientes, las llaves y los niños. “Solo somos animales”. Veníamos del pánico practico, ansiosos por alejarnos de las calles antiguas de Madrid, haciendo kilómetros de coche, para encontrar los nuevos lugares. Veníamos de asuntos delicados. Queríamos nuestra foto frente a las murallas, desde los 4 postes. Queríamos cruzar el puente del Tormes en el Barco de Ávila. Queríamos subir al Castillo en Arévalo. Queríamos hacer los senderos por las Navas del Marqués. Huiamos de las vidas tóxicas.